Por ANDREA LERNER
El Perdido - Buenos Aires
La pelota
rodó sobre la mesa como cada noche
esquivando cigarrillos, cafés y ceniceros.
A veces, lo hacía entre minifaldas,
en otras le salían alas
y estábamos hasta la madrugada
para poder bajarla.
Se mezclaba con el trabajo y la guita,
pero ella, imperturbable,
seguía rodando.
Todos queríamos que así fuera.
Pero esa noche el aire estaba más denso,
la bocha no se deslizaba bien,
no sé.
El piso estaba mojado
los botines resbalaban.
En eso,
uno la paró de pecho y la dejó caer muerta
-muchachos me separé- nos dijo.
Algunos le aconsejaron que lo pensara bien,
que los chicos, que la plata.
Otros que ya era hora
y que se cuidara con la joda.
Sin embargo
nadie le preguntó cómo estaba ni cómo se sentía.
Los afectos
no tienen sexo pensé.
Pero a la hora de hacerles frente,
todavía seguimos pensando
que se visten de mujer.
rodó sobre la mesa como cada noche
esquivando cigarrillos, cafés y ceniceros.
A veces, lo hacía entre minifaldas,
en otras le salían alas
y estábamos hasta la madrugada
para poder bajarla.
Se mezclaba con el trabajo y la guita,
pero ella, imperturbable,
seguía rodando.
Todos queríamos que así fuera.
Pero esa noche el aire estaba más denso,
la bocha no se deslizaba bien,
no sé.
El piso estaba mojado
los botines resbalaban.
En eso,
uno la paró de pecho y la dejó caer muerta
-muchachos me separé- nos dijo.
Algunos le aconsejaron que lo pensara bien,
que los chicos, que la plata.
Otros que ya era hora
y que se cuidara con la joda.
Sin embargo
nadie le preguntó cómo estaba ni cómo se sentía.
Los afectos
no tienen sexo pensé.
Pero a la hora de hacerles frente,
todavía seguimos pensando
que se visten de mujer.
El Libro de los Talleres VI - Edit. DUNKEN - Página 46
